Ensayo: «La conciencia» de John R. Searle

«Mi cerebro es sólo un receptor, en el Universo hay un núcleo de donde obtenemos el conocimiento, la fuerza, la inspiración. No he penetrado en los secretos de este núcleo, pero sé que existe.»

Nikola Tesla

El eterno enigma de la conciencia ha sido interpretado y analizado, especialmente por filósofos y psicólogos, hasta hace muy poco, con cierto desinterés. Sin embargo, es indiscutible que existe una intriga sobre el origen de la voluntad, la construcción de la identidad, el libre albedrío, etc., las cuales han conducido al análisis del funcionamiento del cerebro, llegando al desconocido y misterioso mundo de la conciencia. Por otro lado, la ciencia, especialmente la neurociencia, se ha alejado del estudio de la misma al considerarla demasiado etérea o personal como para ser objeto de estudio científico, tal como expone J.R. Searle en el texto objeto de estudio e inspiración.

En este sentido, y a pesar de haber avanzado en la cuestión, es innegable que existe aún cierto escepticismo desde la neurociencia, ya que no se ha conseguido la construcción de una teoría o método que se acerque lo suficiente a los procesos internos de la conciencia como para entender la importancia de su papel en la vida del ser humano.

Esta situación, me lleva a reflexionar sobre el concepto desde otros lugares más cercanos y familiares. Me pregunto entonces, ¿a qué nos referimos cuando utilizamos, por ejemplo, conceptos como “conciencia de clase”, “conciencia colectiva”?. Estamos delante de conceptos que han utilizado las ciencias sociales para crear teoría social y de esa forma explicar los sucesos y acontecimientos históricos, sin embargo, me parece un buen punto de partida para reflexionar sobre la conciencia.

M. Foucault, dirá, en el diálogo con M. Fontana, respondiendo a la pregunta que él mismo le hace sobre cuál es el papel de los intelectuales hoy:

«Durante largo tiempo, el intelectual llamado de izquierdas tomó la palabra y se le reconoció el derecho a hablar en tanto que maestro de verdad y justicia. Se le escuchaba, o pretendía hacerse escuchar, como representante de lo universal. Ser intelectual era ser un poco la conciencia de todos(p.138)


De este fragmento se puede interpretar que la palabra conciencia -entendiéndola desde el contexto en que la utiliza M. Foucault- se encuentra ligada a aquello universal, a una palabra superior que goza de veracidad por el simple hecho de ser reconocida por cualquier ser humano, por calar en su identidad, por servir de medio que expresa lo que le pasa a uno mismo, por reconocerse en su manifestación, por unificar lo particular. En este sentido, podríamos extrapolar esta afirmación e interpretar que el intelectual del que habla Foucault, representa de alguna forma el conocimiento, que adquiere un sentido universal y en consecuencia, el canal para crear conciencia -colectiva e individual-.

Así pues, gracias al conocimiento -y una vez integrado-, las personas atravesamos un proceso de identificación, mediante el cual, creamos una subjetividad propia. Como he mencionado, dicha subjetividad puede ser individual o colectiva, pero en ambos casos, definidora de nuestros actos, maneras de pensar, ser y creer.

J.R. Searle, expone que muchos filósofos y científicos defienden que por éste carácter subjetivo de la conciencia, la misma no puede ser objeto de estudio científico. No obstante, el autor defiende que es falaz negar la subjetividad, ya que la misma neurología trabaja desde ella cuando investiga sobre el origen y las causas de los dolores y las ansiedades.

Otro de los inconvenientes con los que se encuentra el estudio de la conciencia, es que salió perdiendo ante el conflicto entre ciencia y religión en el siglo XVII: la religión tenía el territorio del alma, y la ciencia podía tener la realidad material. Ante esta división, la conciencia se quedó del lado de la religión, alejándose así del interés científico de las ciencias naturales. Tan profunda ha sido la separación, que hasta nuestros días se reconoce en la Declaración Universal de los Derechos Humanos el derecho a la libertad de conciencia, junto a la libertad de pensamiento y, “casualmente”, de religión.

Así pues, desde la filosofía del derecho, el concepto conciencia también ha estado ligado a los derechos universales. Seyla Benhabib expondrá en Otro Universalismo: Sobre la unidad y diversidad de los derechos humanos, el carácter universal y necesario del reconocimiento del mismo, entre otros, contenido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por tanto, es latente la relación intuitiva que se ha hecho desde la ciencias sociales de la conciencia y su carácter universal.

En contraposición a este sentido de universalidad que se asocia a la conciencia desde las ciencias sociales, J.R. Searle cree que en el resto de ciencias es muy complicado poder explicar la conciencia sin caer en el materialismo o el dualismo. Uno de los motivos puede explicarse a través de la separación de los científicos del resto de lenguajes y en definitiva, de la realidad. Como bien expone H. Arendt en La conquista del espacio y la estatura del hombre:

«[…] Esta división entre científico y lego está muy lejos de la verdad. […] Los científicos han dejado atrás al lego con su comprensión limitada, pero también dejan atrás una parte de sí mismos y de su propia capacidad de comprensión, que sigue siendo una comprensión humana, cuando van a trabajar en el laboratorio y empiezan a comunicarse en lenguaje matemático.» (p. 282).

Dicho problema deviene de la eterna separación mente-cuerpo: Los científicos y todo aquello que atañe a la ciencia, ha ignorado este dilema y se ha basado simplemente en el estudio de lo empíricamente demostrable. He aquí la gran distancia existente entre la ciencia y lo no mental. Esta distancia ha fomentado el desinterés por estudiar la conciencia por parte de la neurociencia, tal como expone Searle. Con ello, la conciencia ha quedado al margen de los estudios científicos.

No obstante, resulta paradójico, como bien reflexiona H. Arendt en el texto de referencia, que el ser humano haya conseguido evolucionar en el campo científico y tecnológico pero que lo haya hecho desde una parte puramente mental, obviando requisitos humanísticos tales como la simplicidad, la belleza y la armonía. Dichos atributos, se han asociado siempre a la literatura, a la poesía, el arte, la música.

Me planteo entonces que quizá otra de las causas por la que el estudio de la conciencia se ha visto apartado de la ciencia, sea que la misma está ligada a lo oculto e inspirador pero al mismo tiempo, atextual, a esa parte de la mente que tememos por no ser lógica, por asimilarse más bien a un río salvaje que atraviesa las montañas y los lagos para finalmente mezclarse en la infinitud del mar, descubriendo que es sólo un medio para un fin, que su existencia está determinada. Es posible que por ello, los investigadores neurocientíficos consideraran que “no están listos” para enfrentar el problema de la conciencia, como expone Searle.

No resulta exagerado pensar, en este punto, que los descubrimientos científicos han servido para que las sociedades evolucionen pero han caído en un cinismo artificial al obviar la parte más oculta y misteriosa de nuestra existencia como seres conscientes. La belleza y el autodescubrimiento son también indispensables para la evolución ya que potencian nuestra libertad, nos quitan las cargas de estar vivos, permiten destruir fronteras ideológicas para construir lazos.

Si tuviéramos más conocimiento sobre lo que es nuestra conciencia, desaparecerían muchas de las sustancias que a día de hoy requerimos para evadirnos ante la inminente verdad final: nuestra finitud. L. Kolakowski expondrá en El fenómeno de la indiferencia del mundo:

«La cultura de los analgésicos propicia la superación aparente de la soledad y una solidaridad aparente de consistencia mínima. La incapacidad de soportar el sufrimiento es la incapacidad de participar en la comunidad humana real, es decir, en una comunidad tal, que es consciente de sus limitaciones y de todas sus virtualidades de conflicto que ella contiene, y que está dispuesta a poner a prueba sus limitaciones.» (p. 96)

El desconocimiento de esos mares profundos de la consciencia y la separación de la misma con lo empíricamente demostrable, nos lleva a caminos de evasión, de avances tecnológicos que nos alejan del arte de estar vivos, del arte de ser vehículos de conciencia universal capaz de crear nuevas formas y lenguajes. Perdemos de esta forma, la capacidad para reinventar nuestra percepción, nuestra identidad.

No obstante, la negación de su estudio por parte de la ciencia, puede tener un lado positivo: mantener el halo de misterio que la rodea, supone la posibilidad de conservarla como fuente creativa.

«Aunque es difícil determinar la base física o la ubicación de la conciencia, es quizás la cosa más preciosa oculta en nuestros cerebros. Y es algo que el individuo solo puede sentir y experimentar. Cada uno de nosotros lo valora mucho, pero es privado.»

Dalai Lama

BIBLIOGRAFIA:

  • H. Arendt, “Cap. VIII. La conquista del espacio y la estatura del hombre” En: Entre el pasado y el futuro, Ediciones Península, 1996, pp. 279-293.
  • J. Searle, “La conciencia” en «Diálogos de Bioética”: www.dialogos.unam.mx, 12 de junio de 2007.
  • L. Kolakowski, “Cap. VIII. El fenómeno de la indiferencia del mundo” En: La presencia del mito, Cátedra, 1972, pp. 74-111.
  • M. Foucault: “Verdad y poder. Diálogo con M. Fontana”, publicado en: L’Arc nº 70,1974.
  • Y.V. Zarka, «La tolerancia o cómo coexistir en un mundo desgarrado», Derechos y Libertades. Revista del Instituto Bartolomé de las Casas, año N. 8, núm. 12, 2003, pp. 391-412.

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